Igual nos precipitamos en su momento cuando se empezó a hablar de las ciudades inteligentes apoyadas en el uso de las nuevas tecnologías. Hoy, el nuevo urbanismo recapacita y da marcha atrás para poner el acento en unas ciudades más sostenibles, resilientes e inclusivas
20/02/2024 -
VALÈNCIA. Hubo un tiempo en el que hablar de smart cities se puso de moda. Gracias al uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), bastaba con regarlo todo de sensores, procesar la ingente cantidad de datos que vertían y, según la interpretación, tomar decisiones inteligentes sobre la marcha. Los semáforos se adaptarían entonces a la densidad del tráfico; el alumbrado público se activaría conforme a las necesidades del entorno; las alarmas saltarían cuando hubiésemos sobrepasado los niveles de contaminación de la calidad del aire… Nada de eso es soñado. La tecnología actual permite esto y mucho más, pero la dificultad está en la gestión, la escala y, tal vez, en las necesidades reales de la ciudadanía.
El 56% de la población mundial vive en ciudades, según el Banco Mundial, y la tendencia va en aumento. Para 2050 se espera que la población urbana crezca más del doble y que siete de cada diez personas vivan en urbes. A todos ellos habrá que preguntar y satisfacer conforme a lo dispuesto en el punto número 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU en la agenda 2030, que dice literalmente: «Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles».
No podemos esperar que la tecnología, por mucho algoritmo que apliquemos, satisfaga estas necesidades. Su gestión precisa de la intervención humana, de una estrecha colaboración de iniciativas público-privadas, de un cambio de mentalidad y, también, de un nuevo planteamiento urbanístico.
Barrio a barrio
Derribar todo para reconstruirlo desde un nuevo prisma resulta imposible. Lo que sí podemos hacer, como observa el arquitecto Pablo Medina de Fiori, es cambiar el paradigma en la regulación de los barrios nacientes, dentro de la expansión territorial de las grandes ciudades.
Se trata, pues, de ir haciendo las cosas poco a poco y redefinir, desde el origen, el concepto y la materialización de barrio de una manera distinta. En torno a esta filosofía han surgido distintas propuestas. La ciudad de los quince minutos es una nueva corriente de ordenación urbana ideada por Carlos Moreno, colombiano de nacimiento y profesor de la Sorbona. Plantea reorganizar los barrios de las grandes ciudades, de manera que sus habitantes no tengan que desplazarse más de quince o treinta minutos andando o en bicicleta para adquirir los productos que necesitan a diario, para beneficiarse de los servicios esenciales, para satisfacer sus inquietudes culturales o de esparcimiento o, incluso, para trabajar.
Ligada a esta corriente de humanización de los entornos urbanos, pero con el acento puesto en la sostenibilidad, se habla también de ecobarrios y los ecodistritos. En cualquiera de los casos, el objetivo es mejorar la calidad de vida de sus habitantes y congraciarla con el respeto al medioambiente.
El caso de La Pinada
No hay que irse muy lejos para encontrar un ejemplo de lo que estamos hablando. No, porque Valencia cuenta con una iniciativa referente a escala nacional: La Pinada, un proyecto de Zubi Cities con el que quieren reinventar las ciudades, así como sus espacios y servicios.
Guillermo Ruiz, CEO de esta empresa derivada de Zubi Group, describe el proyecto, pendiente todavía de recibir las licencias necesarias para empezar su ejecución. El proyecto se estructura en torno a varios ejes con la intención de generar impacto positivo social y medioambiental.
Ubicado entre los barrios residenciales de Valterna y el casco urbano de Paterna, a 8,6 km de la ciudad de València, el espacio elegido para La Pinada corresponde a una zona boscosa con una extensión aproximada de treinta hectáreas. Esta se preservará al objeto de que las alrededor de 1.400 familias que podría acoger el barrio puedan conciliar la vida en la ciudad con el disfrute de la naturaleza.
En cuanto a la edificación, se prioriza el uso de la madera técnica sobre otros materiales más contaminantes. «La intención es reducir la huella de carbono y obtener un buen balance energético en todo el ciclo, desde la construcción de la vivienda, durante el tiempo de uso e, incluso, hasta en el reciclaje y reutilización de los materiales, cuando ya sea necesario el derribo», explica Ruiz.
Al margen está la parte terciaria, la que se destina a los servicios. Aquí contemplan la implantación de dos colegios, uno de ellos el Imagine Montessori, también del grupo, convertido en una escuela eficiente, sostenible y con un impacto medioambiental prácticamente nulo.
El otro centro, ya en funcionamiento, corresponde al colegio público Jaime I el Conquistador, rodeado por los terrenos de esta iniciativa, por lo que quedará integrado en el futuro ecobarrio. Infraestructuras sanitarias; un área comercial; espacios de coworking para teletrabajar o zonas culturales y de ocio que fomenten la socialización y dinamicen la vida vecinal son también imprescindibles para cohesionar la comunidad y evitar desplazamientos innecesarios.
Otra pata importante del proyecto de La Pinada es la integración social. «No es solo cuestión de accesibilidad, sino también de asequibilidad», comenta Guillermo Ruiz. Lo que quiere decir es quela falta de recursos económicos no debe ser un impedimento para habitar en el ecobarrio. Para ello barajan distintas fórmulas que podrían poner en práctica, predominando la vivienda en alquiler con contratos flexibles que promuevan el ahorro de sus inquilinos, entre otras.
El círculo virtuoso de la madera
Si en la fábula de los tres cerditos es la casa de ladrillo la más resistente a la tempestad, la necesidad de materiales basados en la naturaleza y la crisis climática ponen en entredicho el cuento. Ahora son los elementos naturales, como ramas, hojas, papel o madera, los que mejor aguantan el soplo del lobo y, ya de paso, la nueva legislación europea en materia de construcción.
Se estima que los edificios son los responsables del 40% del consumo de energía en los países miembros de la Unión Europea. Además, están detrás del 36% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) relacionadas con la energía. Rehabilitar los que ya existen y garantizar la eficiencia de las nuevas construcciones están entre los grandes objetivos de Bruselas para avanzar en la descarbonización hasta alcanzar la neutralidad climática en 2050.
Pese a ello, y aunque en descenso, la industria de la construcción continúa estando entre las primeras generadoras de residuos, además de figurar entre las más contaminantes. Desechar el uso de antiguos materiales, como el hormigón o el acero, a favor de otros basados en la naturaleza está entre las soluciones posibles. Dentro de esta alternativa, la madera se convierte en material predilecto para edificaciones nuevas.
«Las estructuras de madera no solo no emiten carbono a la atmósfera, sino que también lo absorben», afirma Pablo Medina, COO de Woodea. La suya se presenta como una constructora industrializada, donde recurren a la madera técnica y otros biomateriales que, además de sostenibles, actúan como reservorio de carbono, dentro de una filosofía cleantech y la circularidad de la economía. A favor de su uso, destaca también, para similares prestaciones energéticas, la reducción de costes y de tiempo de ejecución si se compara con la construcción tradicional.
En cuanto a los inconvenientes de las construcciones en madera, Medina no ve ninguno, salvo algunas reticencias sustentadas en mitos erróneos, como el riesgo de incendio, la deforestación, la resistencia estructural o la respuesta a la humedad. «Si echamos la vista atrás, todos los centros de las grandes ciudades europeas están sustentados en madera», sostiene el arquitecto. Tal vez por todo lo expuesto, sea este el material por el que apostarán también en el barrio de La Pinada para sus edificaciones.
Persianas fotovoltaicas
Pero, como no se trata solo de disponer de una estructura sostenible y energéticamente eficiente, también la industria auxiliar que gira en torno a la construcción tiene un papel importante que desempeñar. En este sentido se posiciona la startup valenciana Enerlind, empresa de construcción y energía, en la que fabrican y comercializan persianas fotovoltaicas.
Según explica Guillermo López, impulsor del proyecto, «la idea nace de la propia reforma de mi casa. Quería obtener la máxima calificación energética posible, pero los costes se disparan en cierto punto. Pensé en la fotovoltaica, pero en un piso no es posible poner paneles de forma legal o integrada. Pensé en que las persianas sería muy buen sitio: no molestan, se aprovecha un elemento existente y es el único punto que pertenece al piso que conecta con el exterior».
En principio, se quedó en mera intención. Pero fue el conflicto entre Rusia y Ucrania y el encarecimiento de la electricidad en los últimos años el motivo que le llevó a retomar una idea, hoy convertida en negocio, con la que aspiran a convertirse en «referente en toda persona que piense en ahorrar dinero, eficiencia energética y autoconsumo en la ciudad y apartamentos», concluye el CEO de Enerlind.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 112 (febrero 2024) de la revista Plaza
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