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el callejero

Juan está loco por el Valencia CF

Foto: KIKE TABERNER
16/01/2022 - 

VALÈNCIA. Juan Escrivá es un hombretón de 1,90 que tiene los pies grandes, las manos grandes, la nariz grande y los ojos pequeños. Tiene cara de bruto y, durante una hora de entrevista, da la sensación de que tiene también bastante carácter. En un rato arremete contra Peter Lim, Paco Roig, los que especulan con los objetos de coleccionista y hasta su hijo, que ha cometido el delito de no interesarle el fútbol. Porque la vida de Juan, al menos ahora que tiene 67 años y ya está jubilado, parece que orbita única y exclusivamente alrededor del Valencia CF. "Por supuesto que sí, yo estoy muy orgulloso de ser valenciano y del Valencia CF", advierte en un tono muy serio. 

Este valencianista acérrimo pasa muchas horas en la planta baja que tiene al final de la calle Centelles. Juan ha convertido ese local en un almacén para su vasta colección de objetos de todo tipo relacionados con el club de Mestalla. Y allí dentro de ese local uno puede encontrar todo lo que se pueda imaginar: camisetas, fotografías, bufandas, toallas, gorras, barajas de cartas, salvamanteles, cromos, ceniceros, mecheros, posavasos, entradas, abonos, botas, balones, silbatos, figuritas y hasta ninots de falla. 

Si por haber, hay hasta un peñista. Las cenizas de un miembro de su peña, Russafa-El Ganxos, que en sus últimas voluntades pidió que le dejaran allí. Y allí está, dentro de una urna junto a una camiseta naranja del valencia enmarcada con una rosa seca, el libro de firmas y varias figuritas y estampitas de la Virgen, en una especie de altarcito que, con cariño, le ha hecho su amigo. "Manuel Chapi Rostoll fue un peñista que se lo llevó el cáncer en 2015. Al final de su vida, estando ya muy mal, aún hacía ir a un lotero a su habitación para comprarle unos décimos y, si alguno salía premiado, darle un local a la peña. 

Dejó dicho que las cenizas estuviesen aquí y, como no tenía familia, eché la mitad en el mar, en Pinedo, donde luego tiré también las de mi madre, y la otra mitad, aquí, en la peña". Juan Escrivá vive ahora en Ruzafa, pero él se crió en la Cruz Cubierta. Es hijo único y primero se crió con sus padres en un piso. Pero a los seis años, "el día de la gran nevada en València", se mudó con su madre a la alquería que tenía su abuelo en la huerta. Su madre enviudó a los 29 años, cuando Juanito tenía solo nueve. Un día, su madre abrió una caja, sacó unas fotografías en blanco y negro y se las entregó a su hijo. "Toma, esto son fotos de tu padre, haz con ellas lo que quieras", le soltó, sin darle más explicaciones. No volvió a hablar de él. Así que Juan tuvo que ir recomponiendo su historia como quien hace un puzle y así averiguar que fue un futbolista con más talento que empeño. 

El puzle no es nada idílico y Juan maldice a su padre. "Era un poquito peculiar, por decir algo. No se quería nada. Y tampoco quería a su mujer ni a su hijo. Murió en Portaceli con solo 43 años. Murió de tuberculosis. O por tener el hígado deshecho. O por golfería. Si le pagaron 55.000 duros (275.000 pesetas), que en aquel momento era una pasta, y mi madre ha tenido que vivir siempre en la alquería del abuelo. Porque después ya no quiso volver a casarse. Mi madre era modelo, era preciosa, pero se encaprichó del futbolista y la cagó". 

Foto: KIKE TABERNER

Juan abre una caja y deja caer sobre la mesa varias fotografías de su padre firmadas por Finezas, un conocido fotógrafo de la época. Pascual Escrivá jugó en el Levante y el Valencia CF y su hijo empieza a señalar con el índice a los jugadores y los nombra de carrerilla, como si fuera el mismísimo Matías Prats: Eizaguirre, Álvaro, Monzó, Asensi, Amadeo, Epi, mi padre, Pasieguito, Igoa, Seguí... "Era el reducto de la Delantera Eléctrica", añade más como un reproche a su padre que como un elogio.

Se sabe todos los nombres

En 1988, después de casarse, Juan Escrivá se mudó a Ruzafa. Ya hacía años, desde los 16, que trabajaba en El Corte Inglés. Dice que cree recordar que se inauguró un viernes de 1971, que abrió para el público un sábado y que él entró a trabajar el lunes siguiente. No erra. Los grandes almacenes se inauguraron el 23 de abril de 1971, un viernes. Juan tiene una memoria prodigiosa y cuando explica que empezó a ir a Mestalla de joven, es capaz de decir la plantilla al completo de aquel equipo. Tras el elogio a esa memoria elefantina, como para reafirmarse, empieza a recitar el nombre y los dos apellidos de todos los jugadores que le vienen a la cabeza. Hay que pararle porque, si no, se puede tirar así toda la mañana. 

El valencianista recuerda que la afición creció tras la 'final del agua', el desenlace de la Copa del Rey de 1995 contra el Deportivo que se tuvo que interrumpir en el minuto 79 porque empezó a caer un aguacero. Tres días después, miles de valencianistas se desplazaron a Madrid por solo once minutos pendientes. Ahí nació la Penya Russafa-El Ganxos. "Llevo 26 años como presidente y llegué a ser secretario de la Agrupación de Peñas con Jaume Part, y funcionario de la agrupación después de salir de El Corte Inglés, donde estuve 33 años trabajando. Tengo por maestro a Toni Company y a Pepito Vaello, un señor exquisito. Soy un loco del Valencia CF, pese a que mi padre había sido jugador del Levante en la mejor delantera que se le recuerda: Fayos, Martínez Catalá, Escrivá, Salvador y Botella. Luego, el Valencia CF fichó a mi padre para sustituir a Mundo cuando se fue al Alcoyano, en la temporada 48-49". 

De repente, su teléfono empieza a emitir un ruido estruendoso. Primero lo mira y cuelga. Pero no resiste una segunda llamada y lo coge. Se oye una voz femenina y él le habla con simpatía. Luego dice que era de la Agrupación. Poco después entra alguien por la puerta y él le pregunta, seco, qué quiere. Un joven quiere saber si ha llegado un paquete de Amazon. Juan le contesta que no. "Es mi hijo", nos cuenta mientras sale por la puerta. 

Ninguno de sus dos hijos quiere la colección de objetos del Valencia CF de su padre, así que ha decidido cedérsela a la Asociación de Veteranos que preside Fernando Giner. "Mis hijos pasan. Uno, este que ha entrado, se dedica a la albañilería y cosas de esas, va a su aire, y el otro está en Córdoba y trabaja como cocinero. Pero pasan de todo. Este (nunca dice ni su nombre) no ha mostrado afición en la vida, y eso que el día que nació me fui a las oficinas del Valencia CF. El otro lo llevé a La Cartuja, a la escuela de Kempes, pero no tenía condiciones", resume en tono de despecho.

Foto: KIKE TABERNER

"Es que me toca mucho los huevos que mis hijos dejen pasar esto. Esto son 60 años de mi vida. Y no ser del Valencia CF. Mi tierra para mí es primordial. Allá donde vaya. Yo me fui de crucero a los 25 años de casado y me llené los bolsillos de pins y los repartí entre los camareros de Filipinas, Tailandia, Argelia... Voy con esa obsesión, y presumo de ser valenciano y valencianista. Aunque eso no significa que me vaya a pegar con ningún aficionado del Madrid en un estadio. Y menos a mi edad. Asumo que cuando juega contra el Madrid va a perder o se lo van a robar. Y asumo que el Valencia CF ahora es una mierda. El fanatismo ya se me ha pasado, pero soy del Valencia CF a muerte".

Chocolate y un balón

Da la sensación de que queda poco ya de aquel amor romántico de cuando era un niño y se enamoró del club. Tenía ocho o nueve años, hacía poco que había fallecido su padre y un periodista llamado Alfonso Torrente, que firmaba las crónicas como 'Tristán', iba a la alquería de la Cruz Cubierta y se llevaba a Mestalla a su madre y al chaval. Ya llevaba años jugando en la era del abuelo con el balón que consiguió a base de hincharse a comer chocolate porque La Cebra -una empresa de Torrent fundada en 1865- vendía unas barras de chocolate y con el envoltorio daba un punto por las pequeñas y dos por las grandes. Y con mil puntos, te regalaban un balón de fútbol. 

La primera colección de cromos la completó en la temporada 64-65. Hoy ya tiene 199 álbumes. El más antiguo, del 54. Luego, cuando ya tenía edad para ir solo, comenzó a frecuentar Mestalla más a menudo. "Era la época de Zamora, Ñito, Abelardo, Piquer, Vidagany, Mestre, Paquito, Roberto, Claramunt, Waldo, Ansola, Guillot, Blayet... Te puedo decir los nombres y los apellidos". Dice que no tiene memoria para el fútbol. "Yo tengo memoria para el Valencia CF". 

En El Corte Inglés conoció a gente con dinero que algunos fines de semana se lo llevaban en coche a Alicante, Elche, Murcia o Castellón de comilona y luego al fútbol con un buen habano. "Ibas a comer al Huerto del Cura y luego te fumabas en el campo un puraco. Ese era el fútbol bonito y no la mierda de ahora llena de restricciones", explica con vehemencia, aunque, quizá, el vecino no fumador del asiento de al lado no piense igual. Pero Juan es uno de esos hombres de verdades rotundas. Y por eso recuerda que él fue de los pocos que dijo nada más llegar Kempes que era un fuera de serie. "Y lo cuento en mi libro", añade, mientras cita ''De la cuna a la tumba valencianista' como quien nombra la Biblia. 

Kempes es su jugador predilecto. Con diferencia. Y luego, Mestre, Fernando Gómez y Albelda, al que llama todo el rato 'El Potro' mientras señala con la cabeza unos carteles y unas fotos que cuelgan de la pared, que está forrada con carteles y fotografías de diferentes jugadores. En una esquina hay un retrato de Mónica Naranjo sacado de una revista. "Esa me lleva de culo, la Mónica Naranjo. ¡Qué guapa es!". Y, al lado, un cartel en el que se destaca un gol de Pauleta que propició una derrota del Valencia CF que trajo consigo la dimisión de Paco Roig. 

En el centro de la planta baja hay varias estanterías llenas de cajas y archivadores con todo tipo de objetos. Para identificarlos ha puesto un cartelito pegado a la caja. Muchos de ellos están escritos sobre papel de quiniela. ¿Aún existe la quiniela? En total, asegura, tiene 30.000 o 40.000 objetos. Algunos tan llamativos como el banderín que el Valencia CF le dio al Real Madrid en la final de la Champions de París. 

"¿Cómo ha llegado hasta mí?", se pregunta en voz alta, como dejando caer una sospecha que no acierto a coger. Él lo compró en el rastro por tres euros. El 30 o el 40% del material que ha reunido durante 60 años procede del rastro de València, donde le conocen como Juan Valencia y que durante mucho tiempo fue un filón donde encontró de todo, gangas que se llevó por uno o dos euros. "Jamás pagaré un dineral por nada", se posiciona.

La vieja silla de enea

Otra de sus joyas es una silla de enea del viejo Mestalla que ha donado al Museo de Historia. Tiene una parecida encima de una estantería. "Era una silla de Tribuna. Estuve en la Agrupación de 2002 a 2007 y en esos años iba mucho a taquillas. Ahí había un contenedor donde siempre tiraban cosas. Un día pasé y estaba esa silla, que llevaba un número en el respaldo. Normalmente llevaban un papelito, pero esa lleva un número metálico y (el periodista valenciano) Paco Lloret cree que estaba reservada a las autoridades". 

Foto: KIKE TABERNER

También destaca una de las réplicas de la Recopa del 80 que le dieron a un jugador y que él se encontró un día po el rastro. "Igual es muy valiosa pero para mí lo puede ser más la dedicatoria que me hizo el Lobo Diarte en su disco", explica mientras saca una bolsa de papel cerrada que contiene confeti y que se entregó a los aficionados para celebrar la Liga del 71. Una de tantas reliquias. 

Juan dice que ya no compra nada porque en breve los veteranos se llevarán su colección. Aunque luego se queda pensativo y saca un ejemplar de la revista 'Barrabás', del 3 de diciembre de 1974, que compró recientemente y que lleva en la portada una caricatura de Ros Casares. "Es que no me puedo aguantar", se justifica.

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