Fray Ángel forma parte de la comunidad de franciscanos que habitan el Monasterio Santo Espíritu, en Gilet, donde además de ser hortelano, cocinero, formador y músico, ahora se ha convertido en un conocido youtuber y escritor
VALÈNCIA. Fray Ángel Ramón vacía la masa que contiene el lebrillo grande en la superficie de una mesa. Esta pieza de barro perteneció a su familia y ya forma parte de los utensilios de la cocina que tiene a su cargo en el Monasterio de Santo Espíritu del Monte, en Gilet. Son casi las once de la mañana de un día entre semana y él ya está preparando la comida. La masa fue fermentando la noche anterior y ahora tiene que hacer las barras de pan para las comidas de los ocho frailes que viven en este recinto enclavado en la sierra Calderona. Lleva su hábito de fraile y encima un mandil con un mensaje espiritual —«el alma que anda en amor ni cansa ni se cansa»—. La ocasión lo amerita: entrevista y fotografías. De lo contrario, vestiría como un ciudadano más en sus horas de trabajo. Se ha vuelto famoso gracias a su canal de Youtube en el que comparte recetas y suma doscientos cinco mil suscriptores de países en América y Europa. Es un youtuber, pero las etiquetas le incomodan. Eso mejor se lo deja a los conocedores.
En junio pasado —y en menos de tres meses— ha publicado la segunda edición de su primer libro de recetas (Las recetas de fray Ángel: Cocina franciscana, rica, saludable y económica) y Cope Valencia le otorgó el Premio Comunicación por el trabajo divulgativo a través de su canal. Algunas escuelas de cocina utilizan sus vídeos como ejemplo de un quehacer culinario y entre sus seguidores figuran cocineros que le escriben sin él saber si son conocidos o no porque, dice, «no estoy metido en el mundo del famoseo». Ha sido entrevistado por medios impresos, digitales y hasta Pedro Piqueras lo citó en el informativo de Telecinco cuando en plena pandemia inició su canal y se convirtió en un referente de la cocina española del siglo XVIII. Reiteramos: es famoso aunque él no lo ve así, y tanto vértigo mediático no le marea. Eso lo tiene claro.
Con las manos en las masa —nunca mejor dicho—, los recuerdos de su andar en la vida sacerdotal vienen a su memoria. Fue a los diez años de edad cuando él y su hermano mellizo, José Luis, ingresaron en un seminario diocesano en Ciudad Real; quizá más por ilusión que por vocación, pues su tío era sacerdote y ellos hacían de monaguillos en misa. Esto les despertó el deseo de servir a Dios. Sin embargo, sus caminos se separaron durante el proceso, pues los formadores pidieron a José Luis que se marchase y se lo pensara bien, y Ángel Ramón se dio cuenta de que no quería ser un cura diocesano por no vivir la soledad que muchos sacerdotes padecen en sus grandes parroquias. Así, conoció la orden franciscana, gestionó su cambio y acabó convirtiéndose en fraile. En veintiséis años llevando los hábitos, no se hubiera imaginado que un día tendría que compaginar su ministerio, en el que desarrolla trabajos de hortelano, cocinero, formador y músico, con las profesiones que ahora ejerce: youtuber y escritor.
Originario de la localidad manchega de Corral de Calatrava (Ciudad Real), Ángel Ramón deja claro que ingresó en el seminario por petición propia. «Yo no fui obligado ni me mandaron; fui porque quería ser cura. De niño jugaba con un muñequito a hacer procesiones, tenía... no le llamaría vocación sino esa ilusión infantil de querer ser sacerdote», afirma mientras echa un vistazo a los fogones, donde hay una enorme cazuela de barro que tiene pisto manchego. Recuerda que las circunstancias de su entorno eran otras cuando se hizo seminarista. Sus padres, labradores, eran humildes y, con cuatro hijos, tenían complicado darles estudios. Su hermano se retiró y él escogió una vida fraternal. Tenía alrededor de diez años de seminarista y empezó a buscar otro estilo de sacerdocio. Conoció a unos franciscanos en una peregrinación que hizo al Santuario de Guadalupe (Cáceres) y más tarde dio el salto, retomó sus estudios y los continuó en Sevilla, donde se ordenó franciscano.
En sus cincuenta y dos años de vida, fray Ángel Ramón Serrano García ha tenido interesantes experiencias en los monasterios donde ha vivido, desde ser agricultor y ganadero hasta ser profesor. En Belalcázar (Córdoba), tuvo su desarrollo como sacerdote y fraile por espacio de nueve años. Allí aprendió labores del campo como medio de subsistencia de los frailes: «Teníamos bastantes olivos, hacíamos aceite, teníamos vacas, ovejas...» hasta que le tocó marcharse a Cáceres, donde la orden tiene un colegio, y por tres años se convirtió en profesor de Religión y Tecnología.
«Los frailes somos tan dúctiles como la masa de pan», dice sonriendo y moldeando bolas de masa que pesa en una váscula antigua. «Pasé de cuidar ovejas a cuidar criaturas, y bueno... ». Reconoce que la docencia le gustaba y que su madre siempre le dijo que sería profesor, pero la experiencia le resultó costosa: «Los niños no eran tan buenos como las ovejitas. A estas las llevaba a donde quería, pero los menores son más rebeldes que las ovejitas». Eso sí, aclara que no le faltó paciencia pero sufría por no ver resultados y lo ejemplifica diciendo que «uno un día siembra trigo y al mes está viendo cómo nace y siente satisfacción, pero cuando trabajas con menores estás sembrando, sembrando y te levantas cada día viendo una tierra árida y te preguntas ‘'¿esto que estoy haciendo vale para algo?'' y eso es lo que me hacía realmente sufrir».
En 2008 lo trasladan al Monasterio de Santo Espíritu que también funciona como hospedería y donde lleva catorce años de servicio. Ha retomado la vida campestre y rural que siempre le gustó. Desde hace años se encarga de la cocina, del huerto, oficia misas, toca el órgano de tubos, prepara vídeos y dice que todavía le quedan doce horas libres. A pesar de que hay pocos frailes en el monasterio —entre ellos un novicio, José María, de diecinueve años—, dice que la institución va mejor que antes, cuado había más hermanos y novicios. La pregunta es inevitable: «¿hay ausencia de vocación?»; fray Ángel responde: «Yo diría que ya no hay vocación para muchas cosas. ¿Hay vocación para ser padre y madre y para formar una familia? Pues también por ahí está la cosa flojilla. Creo que la vocación flaquea por todos sitios. Si miramos la vocación como un tema religioso, pues bien, está crítica, pero el mundo ha cogido un ritmo muy egoísta y cuando la vocación es algo para los otros, evidentemente no encuentra sitio».
Lo que sí queda claro es la vocación que tiene para cocinar, actividad que siempre le ha gustado y de la cual es responsable desde hace ocho o diez años en el monasterio. Su llegada a Youtube fue circunstancial como también a los fogones del recinto. Los franciscanos tenían una empresa que les hacía las comidas y que en palabras del entrevistado «sin desmerecerla, cocinaba bien pero a nivel de restaurante». A veces preparaban platos muy sofisticados y distintos a lo que los frailes esperaban tener en la mesa: «comida sencilla más reconocible en sus sabores y tradición y sobre todo en afecto». Y es que, para el fraile, el sentimiento con el que se cocina es muy importante: «Aunque no se vea con los ojos, sí se siente con el corazón el afecto que llevan los platos». Por motivos ajenos al monasterio, se cambió el cocinero de la empresa y el hermano manifestó su deseo de llevar el tema. Sus compañeros frailes vieron que sería mucho trabajo para él, pero finalmente se le otorgó.
Conceptúa la cocina como una actividad que no se debe entregar nunca a una persona ajena, ni de manera individual ni en familia. «La cocina es el centro neurálgico de los afectos —afirma—. Cuando llega gente a casa, ¿a dónde van? A la cocina. Y allí se generan unos platos que son los encargados de reunir afectivamente a familia y amigos. El momento de comer es importante porque hay conversación, se transmiten alegrías, penas, enfados y reconciliaciones. ¿Cómo vas a entregar ese momento tan afectivo y tan íntimo de la casa a una empresa?». Así, un día surgió la idea de organizar un curso de cocina a los visitantes —entre el programa de actividades que ofrece la hospedería— pero llegó la pandemia y todo se paralizó, mas no las ideas, así que se les ocurrió compartir recetas a través de vídeos en el canal que ya tenía la hospedería para promover sus actividades. «Fue algo circunstancial, yo tenía ilusión por hacer un curso de cocina para atender la petición de la gente que viene por aquí, que quería aprender recetas», dice.
La gobernanta del recinto, Amparo Obrer Castellblanch, se encarga de hacer los vídeos que luego sube al canal y comparte en las redes sociales. «Al principio teníamos pocas visitas y aquello fue creciendo hasta convertirse en lo que es ahora, un canal con más de doscientos mil suscriptores y en torno a sesenta mil visualizaciones en cada vídeo», explica. ¿Y qué dijo el fraile superior? «No hubo que pedir ni consenso ni permiso ni conciliar nada. Fue un pequeño detalle que fue creciendo». Ya son más de 145 los vídeos subidos -los lunes- a la plataforma. Expresa la alegría de esta idea porque deja beneficios económicos para la comunidad franciscana y es una ventana abierta del monasterio al mundo que muestra la realidad y no la ficción que a veces transmiten las películas sobre estos sitios. «A mí me alegra que tanta gente pueda asomarse a mi cocina y a nuestra vida ordinaria», manifiesta. Él es consciente de la repercusión que tienen sus vídeos, que además de hablar de ingredientes, transmiten «paz y bien», palabras de san Francisco de Asís con las que al final de cada grabación el fraile se despide.
La publicación de su primer libro fue consecuencia del canal. Luego de conocer el material, el propietario de la editorial Altaveu, José María Ferrer, se acercó al monasterio y le propuso escribir un libro con sus recetas. «Yo acepté con muchas reticencias porque de escritor no había hecho nunca nada ni tenía conocimiento, pero salvando la reticencia, en un par de años se reunieron las recetas necesarias, se publicó en mayo de este año, se agotó y en junio se presentó la segunda edición», cuenta el sacerdote, quien escribió todo a mano para que luego la editorial lo transcribiera. Comenta que no sabe si en un futuro se hará un segundo libro de recetas, pero «como hombre previsor que soy, voy guardando recetas porque nunca se sabe».
Asegura que estos cambios no han alterado su ritmo de vida en el monasterio. Sigue haciendo lo suyo y cuando graba vídeos no es algo que se monte especialmente para el canal. Son recetas de platillos que elabora y que luego consumen los frailes. La única diferencia es que Amparo entra con su cámara a la cocina y graba el proceso. «No estoy haciendo nada nuevo», expresa con la sencillez que le distingue y que se palpa cuando se le pregunta cómo le sienta el término de youtuber. «Como no entiendo la palabra, es como los pájaros de la era que escuchan al labriego pegar palmadas y no se van —dice—, pues lo escucho, pero como son términos que tampoco entiendo, pues no retengo».
Fray Ángel no duda en reconocer la felicidad que siente con la aportación que da a sus seguidores a través de los vídeos. «Cuando veo que mi quehacer en la cocina provoca paz, me doy cuenta de que se está cumpliendo mi misión, porque estoy haciendo lo que san Francisco nos pidió ''dar paz y bien''», expresa, y remata asegurando: «No me cuesta vivir esto con humildad. Digamos que no es una virtud que me cueste horrores. Soy así. Estoy hecho así; tampoco supone ningún esfuerzo»
* Este artículo se publicó originalmente en el número 95 (septiembre 2022) de la revista Plaza
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